jueves, 25 de octubre de 2007

La sala estaba levemente iluminada por unas velas. ül había ido a la habitación para descansar. Iria estaba sentada en el suelo apoyando su espalda en el canapé donde Paz se hallaba recostada mirando el cielo sin decir una palabra. Iria le dijo tragándose las lágrimas:
-Pareces tan triste.
El rostro de Paz que tenía ciertos rasgos de ensueño recobró matices melancólicos:
-Compostela es una ciudad de una intensidad dolorosa y magnífica.
-A partir de la muerte de Victor perdió toda característica de magnificencia, ahora, es dolor, su eterna lluvia es mi sollozo.
- Suspenso vaho poluta, pulula.
- Irreversible, eterna ausencia, las miradas del jamás, el pasado, sólo lo resucitará el recuerdo.
-A veces la incertidumbre, la certeza... el recorrido de la sensibilidad: inestable... y puede el error tornar el anhelo en un fracaso falaz.
Paz le brindó su mano, Iria la aceptó. Ambas caminaron, con sus dedos entrelazados, hacia la expiación. Se desvanecía el último reflejo refractado del sol ocultado por las nubes cenicientas. Descendió sigiloso y lentamente en la mar. Aunque el cielo estaba completamente cubierto por las nubes, dejaba vislumbrar cierto matiz rosado en el horizonte que era absorbido por un color violáceo. El día había cedido su terreno a la noche, que se presentó raramente tormentosa, bañada en amatista.
-Esta noche embalsama las mustias alas...
-Ten cuidado con las palabras, corren el albur de despertar un recuerdo que es vagamente incómodo.
Paz miró fijamente los ojos de Iria, con su palma recorrió su mejilla izquierda, deteniéndose en su mentón, la yema del dedo contuvo una lágrima. Paz le quitó el jersey, desabrochó la camisa, prosiguió a desnudarla.
La abandonó, para luego regresar desnuda, tomándola de la mano la llevó hacia la ablución. Ambas se sumergieron, la temperatura del agua era confortable.
Paz cerró los ojos de Iria con sus manos para conducirla al terreno del silencio. Luego de un extenso intervalo desasido abrió los ojos pudiendo observar la serenidad. Sin embargo, todo aquello no podía deshacer esa especie de extravío y abandono de la mirada que producen los sufrimientos que ya ni se vencen ni se tratan de vencer, a pesar de la voluntad que ella atribuía.
Paz: -¿Qué misterio se introduce en mí? Me dejo atrapar, guiar, regreso rememoro retrocedo. Apenas comienzo a desear mis ensoñaciones se revelan en mi rostro, en mis labios. Construyo un sentido, vuelo, se asoma el rasgo de lo imposible, abro los ojos y me encuentro irremediablemente desierta.
Paz: -Has visto la atmósfera agobiante. No sé si es plenamente en mi espíritu donde prorroga mi tristeza, de vez en cuando hay sufrimientos demasiado fuertes, donde las sensaciones me sofocan.
-Me siento ajena, como si se hubiese desvanecido. Las palabras se presentan extrañas, se pierden quebrándose en el aire, las imágenes pasadas no consiguen un orden temporal, me invaden como un alud de recuerdos hirientes. Alguien camina por la acera llevando su pasado bajo los pies ¿cavilando? quizás, en su andar lo envisten... su cuerpo tendido, por debajo de su testa se arrastra un mar de sangre. Tan invulnerable al soslayar la idea de la muerte, entregándose cada día, casi impunemente a su mentirosa obra...
Iria se sumergió en el agua, emergió agitada, tomó varias cantidades de aire.
Ambas: - No puedes permanecer más tiempo aquí.

fragmento de Cortesanas remembranzas, fragantes fiestas, Syd: 2005
a Paz, draw.

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