sábado, 13 de octubre de 2007


Dejarte entrar por los vanos de mi mente para guardarte en el relicario, guiada por extrañas líneas que figuran en las nubes y en un papel con el recuerdo de tu tinta. Pero la fragancia de la toquilla se desvaneció, el rostro que el tiempo va borrando se desprende del mito de la ausencia. Mis dedos derramaron las caricias, aunque mis manos contengan el murmullo de aquella noche. La niebla va comiendo el horizonte, aquella línea donde terminan mis ojos, cráteres antiguos de orbes lacustres. La vaga pereza de lo imposible que el tiempo con su esfuerzo zozobra pinta al cielo de ocre y a los días sin sorpresa. Corro como una niña desorientada en un laberinto de árboles infinitos, perdiéndome en O Xures: me adormeceré.

Camino por las callejuelas grises de esta ciudad ergastular, llevando en mi mano una cera limonosa para resguardarme: pues soy una débil criatura que se enfrenta tácitamente con bocas abiertas cenicientas flotando en las aguas gélidas del Cantábrico. Indignos circulan por la cera como ataúdes rebotando por la travesía, estallando, abriéndose, rostros negros, ahora pálidos, boca abierta al caer. Mis pies se derriten al rozar el asfalto, allí hay cuerpos fríos, horizontales, colocados en nichos, alaridos cortados en pedazos. Las gaviotas trazan signos sobre la inmensidad del cielo extinto.
Debo irme de aquí, abur Ferrol, refugio de esbirros. Dime desventurado ¿por qué escondes la llave del cofre? Lo que allí guardas es tan tuyo como mío. No ven mis labios solitarios que el frío va cortando, soy un alma eremita que desprende sus pétalos dispersos.
¡Oh tarde postrera me imagino ya muerta como Durango! ¿Caerá en mis pupilas aquella oscuridad insensible? No dejes que el velo de mis párpados cubra la palpable vida cavernácula de lágrimas negras, adormeciendo a las flores en el silencio del olvido.

Me dejo caer sobre el césped, como una débil hoja, como una débil pluma, un triste deseo de leer tinta de tu sangre hace impaciente esta sensación de desconcierto. Oigo unos pasos... helo aquí nuevamente: ül.
El amor sacude sus extraños cabellos preñados de sombras corrosivas, que lo van carcomiendo. Alicaída, suavemente vulnerable...
El silencio observaba como comenzaban a caer gotas lentamente, hasta encontrar el ritmo de ciertos reflejos, el sonido cubría palabras ausentes. Primero, escapar de las caricias, luego ceder, rápidamente abandonarlas.

fragmento de Cortesanas Remembranzas, fragantes fiestas, Syd: 2005.

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