Entrevista a Roberto Jacoby acerca de Diarios del Odio de Jacoby/Krochmalny
lunes, 3 de noviembre de 2014
domingo, 2 de noviembre de 2014
"Diarios del Odio y otras acciones" Fondo Nacional de las Artes Ministerio de Cultura de la Nación Ministerio de Cultura de la Nación
Diarios del Odio
Roberto Jacoby y Syd Krochmalny
Curaduría Mariela Scafati
Diarios del Odio, Soy Página 12
Conversación de María Moreno y Roberto Jacoby sobre Diarios del Odio de Jacoby y Krochmalny publicada en Soy en Página 12
Comentarios al margen
Con los comentarios online (¿o cibergargajos?) de lectores y lectoras de Clarín y La Nación, Roberto Jacoby construyó una obra (¿o un muro?). En esta entrevista continúa esa reflexión sobre quiénes ostentan el odio, qué límites impone la palabra gay, hasta dónde llegan las relaciones carnales entre el arte y la política, y otras intimidades.
Por María Moreno
Cuántas veces me quejé, “¿Qué me hace hacer Jacoby?”, con miedo de que (¡horror!) me hiciera participar de una acción colectiva. Es que los artistas políticos son psicópatas especializados. Para ellos todo es una obra en potencia y toda obra en potencia, una orden totalitaria de poner el cuerpo a los más posibles. Recuerdo un cumpleaños de él en donde la consigna era permanecer descalzo en nombre de no sé qué vago hedonismo, inocua negociación de la desnudez total a la que seguramente aspiraba el proteico líder pop. Me negué, aferrada a mis botas bucaneras que se me hicieron prótesis junto a ese catálogo de dedos mimosos con el parquet que cada invitado integraba, pero me sentí culpable, culpable, muy culpable. Al happening Jappy Jacoby Jappening con Jabalí (recién acabo de caer en la homofonía guaranga del Jappy), degustación en toga de un jabalí difunto, directamente no fui: temí las superficies resbalosas de los baños Colmegna, reflejantes de toda floración de celulitis, la metonimia de la toga romana con la académica. Reconozco haber hecho desfilar a Jacoby mis pañoletas artesanales en una lejana noche de Brandon y calculo el espesor de su sacrificio, puesto que lo obligaba a una estética que en el texto 1999 Arte y futuro de su libro editado por Ana Longoni El deseo nace del derrumbe, él se toma en solfa: yo hacía una mezcla de arte feminista de arcón de abuela en lana rosa bebé con arte Avianti, el que Jacoby bautizó en homenaje a Alberto Olmedo, donde los exvotos y las velas expropian zonzamente el altar popular. Jacoby usó la pañoleta como pañal crístico o toalla de sauna. Pero, ¿cuándo vencerá esa deuda? Cuando leí Diarios del odio y otras acciones, “diario” no me dijo nada (después de todo, trabajo en uno), pero “otras acciones”... me inquietó. ¿Qué me haría hacer Jacoby? Nada.
La muestra consiste en una antología sobre la pared de los gargajos retóricos que los diarios Clarín y La Nación llaman “comentarios de los lectores”. Porque así como hay una gauche divina, hay una droite grafitera, sólo que jamás usaría un aerosol y sólo odia informáticamente (hay que guardar distancia con la chusma). ¿Retórica de Quitiliano? No, retórica de quinta.
–Es impresionante desde el punto de vista cualitativo, porque cuando leés Clarín o La Nación te das cuenta de que las notas son más cortas que los comentarios de los lectores. Al final, hacen un diario que está hecho por todos.
–Es un raro efecto democrático. O eso podría haber correspondido a un proyecto de la izquierda progresista.
–Los comentaristas de La Nación a veces echan a los que no piensan como ellos; les ponen: “Ya que pensás así, ¡andá a que te pongan tu comentario en Página!
–Para hacer la selección, ¿miraban los diarios todos los días?
–No, nos poníamos de vez en cuando porque, si no, hubiera sido agobiante. Enfermante. Ese material que habíamos copiado era una especie de Libro Gordo de Petete. Entonces fuimos simplificando hasta que llegamos a la carbonilla. Primero pensamos en crayones o aerosol, pero en el Fondo no querían porque ese material, pasada la muestra, tienen que pintarlo de nuevo. Claro que una solución práctica tiene implicaciones muy profundas. La carbonilla es el elemento más arcaico de escritura y de dibujo. Es un palito quemado. Y yo quería que fuera un objeto que produjo el fuego. Y “ellos” son los que hablan mucho del fuego, los que dicen que hay que rociar todas las villas y quemarlas, que a ese chorro hay que incinerarlo. O con esas metáforas tan sutiles concluyen que el mejor negro es el negro incendiado.
–Pero el fuego es ambiguo. El malón va dejando tierra quemada, en las barricadas hay fuego. El fuego es también resistencia. Como quemar el parquet.
–Pero lo de la quema del parquet es un mito de “ellos”, justamente.
–Pero quizá “los negros” lo hicieron. Su cultura era la del asado. Ya no vivían en el campo, que está lleno de leña. ¿Para qué querían un parquet, esa censura de la tierra?
–Sí, ¿para qué par(a)qué?
–¿Por qué se te ocurrió usar el término “odio”. Fanon planteaba el odio como un sentimiento prerrevolucionario.
–Hoy pienso que el odio lo tiene el que está defendiendo algo que está perdiendo. El que gana, no odia. Odia cuando viene alguien a sacarle un pedazo.
–Estás pensando en el odio de un propietario y no en el del oprimido que se levanta. Y odia al garca, al patrón.
–Pero ahora no existe más eso. Ahora al que está arriba no se lo odia, se le chupa el orto.
–O se le pide un subsidio.
Jacoby profesa la fe en las tecnologías de la amistad, es el gran salonero virtual, el que hace hacer hasta el próximo de sus mentados aburrimientos, el siempre dispuesto a que salte del derrumbe un deseo nacido de la invención y para el rejunte de muchos. Por eso actúa en banda. A Diarios de duelo lo hizo con Syd Krochmalny y la curaduría de Mariela Scafatti.
–Hay una cosa que sigue pasando que es válida. Y es que el momento de la sublevación y del odio no es el del aplastamiento total. Cuando la dominación es de tal magnitud, no queda lugar para otra cosa, la resignación se naturaliza. El levantamiento se produce cuando un pacto que estaba garantizado es violado por el dominante. Tiene que haber existido un desequilibrio: una promesa no cumplida, un derecho que no se ha quitado. Por ejemplo, se da el derecho a los esclavos a que vivan libres con sus familias, y viene un tipo y les vende a los hijos. El odio se produce cuando te arrebatan algo que es legítimo de tu ser. En este conflicto social contemporáneo el odio viene del statu quo.
–No lo pensarías en términos de clase.
–El odio del esclavo no es el del propietario que comienza a odiar cuando se le aplican impuestos tremendos, por ejemplo. Es un sentimiento transclase. Puede estar en cualquier lugar porque tiene que ver con el proceso de expropiación. Vos lo ves muy clarito en los comentarios de los lectores: se nota la sensación de amenaza de los que viven de subsidios o de la corrupción, y de los que piensan que hay otros que vienen a nuestro país y ocupan nuestros hospitales, nuestros trabajos. Eso aparte de que las líneas del enfrentamiento social no son de clase contra clase. Son compuestas por distintos sectores, sectores del proletariado, sectores gremiales, sectores que defienden determinada identidad...
–En los agravios ya no hay arte de la injuria. No hay un trabajo con la lengua, es casi la imprecación simple. Los lectores no son ingeniosos como el facho Ignacio B. Anzoátegui, que decía de un prócer que pensaba “como un negro gordo”. A menudo son simples jueguitos con la letra K.
–Son muy precarios. La sensación que te da es que son gente bárbara, que pese a que sienta que pertenece a la clase culta, vive en una barbarie cultural.
Contagios
La injuria machaca, “naturaliza”, fomenta, crea una reserva de violencia que, en determinadas circunstancias, pasa al acto. Ninguna pared sola ha podido tanto, pero el diario vierte un cuentagotas cotidiano en donde la opinión de los lectores ya no es la de la prensa como poder sino como efecto exitoso.
–Estamos de acuerdo con el valor performático del lenguaje. En una nota dijiste que a menudo a esa explosión de odio expresada a través de la lengua le precede la violencia concreta.
–Eso es lo que decía Canetti. No creo que vaya a pasar ahora. Pero ha sucedido. Antes del nazismo hubo una preparación en donde los judíos eran asimilados a piojos, a mugre, a rapacidad. Esa construcción hizo que, cuando sucedió, los vecinos no dijeran nada y se apropiaran de los bienes o salieran a matar. Como acá, que hubo una construcción previa del “terrorismo”. Y digo que ahora no va a suceder, pero no está mal prestarle un ojo. Este odio es un fenómeno material y no deja de tener su espesor, a pesar de que se dé a través de Internet.
–Se habla de la falta de libertad de prensa, pero nunca hubo tamaño peso de injurias al Gobierno como ahora y en total libertad.
–Pero también existe entre los dirigentes políticos. Ya está totalmente naturalizada. Yo me imagino en EE.UU. a alguien que ponga en Internet “juntémonos todos los que somos francotiradores para matar a tal”. ¿Cuánto puede tardar esa persona en estar en Guantánamo?
–¿La prensa contagia?
–Por ejemplo, el femicidio no aumentó, sino que ahora se observa y se pone en esa figura.
–Suele haber dos posturas generales. Una que le atribuye a la prensa o a la televisión un poder tal que podría llevar al crimen, otra que plantea que nadie se autoriza a matar por influencia de los diarios sin una estructura previa. Hay ciertos temas que de pronto comienzan a ser insistentes, como el de los bebés encontrados en la basura, o el de las mujeres quemadas con nafta que se convierten en una especie de relato taquillero. Te da una idea de aumento y es una observación o selección de la noticia, como decís vos.
–Pero hay contagio. Que el suicidio es contagioso se ha probado sociológicamente. Por esa razón no se informa sobre suicidios en los medios. Todos los crímenes se producen entre gente que se conoce entre sí, en el 70 por ciento de los casos. El homicidio en ocasión de robo es una figura totalmente distinta. Sólo se puede matar cuando tenés un vínculo, cuando te rompen los huevos o tenés una pelea de larga data. Entre vecinos, entre marido y mujer. Cuando empiezan a aparecer en los diarios, por ejemplo, casos de mujeres quemadas, el fuego penetra en algo que ya era previo. No es “porque”, está eso previo y la aparición en el medio lo convierte en una escena, una escena en la que legitimarse. También hay mujeres que le tiran el agua hirviendo al marido.
–Menos.
–Ese es un crimen femenino. El agua de la pava para el mate. Porque lo que es jodida es la convivencia. Hay ratitas a las que encerrás en un lugar y no pueden salir, y entonces se matan.
–¿Esa es tu verdadera opinión sobre el matrimonio igualitario?
–Sean del mismo sexo o no: si dejás la puerta abierta, las ratitas no muerden. Si cerrás la puerta, la ratita muerde a la otra.
Cachondeo
Una vez Jacoby me dijo con admiración, señalando a un mendigo: “¿Por qué será que a los mendigos les interesa tanto la moda?”. Confieso que me escandalizó un poco. Sin embargo, señalaba en un sin techo de Balvanera un diseño exclusivo –una caja con ventanita de respiración como sombrero, una capa hecha con largas tiras de sachet de leche con los colores de la bandera nacional– que bien podría haber formado parte de una Bienal sobre Imágenes de la Nación. Jacoby lo politiza todo, y si es posible en lugares públicos y con calentura. Porque hay en todas sus obras una pulsión social erótica que puede recorrerse con una tiza, desde los happenings virtuales de los ’60 hasta el monólogo del terrateniente rural en tractor de juguete frente al Congreso de 2001, pasando por las Fiestas Nómades, las Jacarandances y la camiseta social de Hasta la Victoria Ocampo con gorrita Che Guevara. Por eso hay que leer este cachondeo en clave política.
–Entre las frases de las paredes incluís ésta: “Los gays deben tener su propio país y se den como en caja en cualquier lado y en cualquier hora”. Relacionaste “odio” con “crímenes de odio”.
–No... Además gay soy yo.
–O sea que querés hacer un coming out en Soy.
–¿Estás loca? Todo el mundo lo sabe. Si necesitás algo de periodismo, estás frita. No es ninguna primicia. Claro que yo con la cosa identitaria no estoy muy de acuerdo, aunque la acepto si se trata de convertirla en una razón política. Yo tendería a lo contrario, al derecho de hacer cualquier cosa. No al derecho a ser gay sino al derecho de hacer lo que uno quiera en cada momento. Si digo que soy gay, es para simplificar. Ahora, si me preguntan si me acuesto con tipos, respondo que sí porque es una definición más objetiva.
–La pregunta políticamente correcta: ¿el matrimonio igualitario?
–Me parece bárbaro, pero estoy en contra del matrimonio. Claro que me parece más correcto decir “no me quiero casar” cuando podés hacerlo que cuando no. Creo que la cultura relacionada con lo sexual está tan diversificada que lo de gay es muy chiquito. No da cuenta de la complejidad de las identidades. Que son mucho más ricas e interesantes. El otro día, por ejemplo, hubo un remate de esclavos en un boliche. Vos comprabas uno y lo tenías durante una hora para hacer lo que querías con él. Delante de todo el boliche. Tres chicas se compraron uno y lo sodomizaron con un consolador. ¿Cómo se llama eso?
–Fiesta.
–¡Alegría! ¡Alegría! Cada vez hay más cosas. A los “morbosos”, ¿los podemos poner en la categoría de “gays”?
–Hay S/M que se casan. Los morbosos no. Me parece que aquel al que le gusta que le cambien los pañales no se casa con aquel al que le gusta cambiarlos.
–¡Si no, tendría asegurado el futuro!
–Salvo que primero necesite pañales el cónyuge al que le gusta cambiarlos.
–Ahora imaginate a un juez diciendo: “Y le cambiarás los pañales en dolor y enfermedad hasta que la muerte los separe”.
–¿Qué hay de nuevo en morbo?
–Lo más típico es el fisting, el meo y las escupidas.
–Clásicos como Shakespeare.
–O Lucrecio.
–Hablando de clásicos: el buen sádico es el que es capaz de actuar que se va a pasar del contrato.
–Claro, hay un goce en romper el pacto. Yo tengo un amigo al que le gusta sodomizar activos. Hace una especie de tarea de conversión. Trata de cogerse a otro activo porque le aburre cogerse a los pasivos, donde ya está todo establecido.
–¿Menos clásico?
–Hay unos que escriben “vamos a tomar unos mates en la plaza” y son los mismos que por ahí ponen una foto abriéndose el orto así. No sabés si lo que quieren es el mate en el orto. A lo mejor quieren decir “tomemos por atrás”.
Sotanas
Durante el casamiento de Daniel Link sentí cierta indignación al comprobar que Jacoby -una máquina expendedora de consignas-desobedecía la consigna de asistir vestido de riguroso blanco y negro. Lo hizo con sotana color champagne. Aunque a lo mejor un disfraz más un color prohibido, como en las matemáticas dos menos son un más, lo hacían cumplir la etiqueta por el absurdo. Desde el balcón del Club Español lo vi partir en taxi, ¡que elegancia para recogerse la pollera y replegar las sandalias en el interior, como un Sai Baba en beige!
En 2010 propuso al mismo Satanás que se sacara la sotana. Fue durante la sesión parlamentaria para la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario. La acción se llamaba La movida del Diablo. Una multitud de artyvistas se reunió frente al Congreso de la Nación con carteles que decían “Satanás, Satanás, sacate la sotana”. Una enorme pija erecta de algún material que no identifiqué apuntaba en dirección al Congreso como un cañón o un tronco a punto de violar los portones de un castillo.
–Fue una respuesta a Bergoglio con eso que dijo de la movida del diablo. Pero pensándolo con el tiempo me di cuenta de que el problema del arte político es que no es tan político porque no toma en cuenta todas las condiciones reales de la política. Bergoglio en realidad dejó hacer totalmente. Esas declaraciones odiosas fueron pura cháchara. Porque no movilizó. Acordate la época de la laica y la libre, del 55: cuando la Iglesia moviliza, ¡agarrate! Nosotros en esa oportunidad nos tiramos contra él que, en realidad, era un aliado y esos dichos eran para la derecha católica. Los franceses sí que se movilizaron: la derecha hizo una movilización de tal magnitud que no dejó pasar la ley. Ahí la Iglesia se portó. Cuando uno es artista político no hace un análisis de la complejidad que tiene una situación.
¡Acción!
La estrategia de la alegría, un axioma de Jacoby, no es una estética de la negación. Lo profundo no es necesariamente la densidad de una verdad esencial a la que habría que llegar desvistiendo su apariencia sino que puede ser lo clandestino del suplicio que se intenta ocultar de la luz; la superficie no sería entonces ilusión de una forma falsa sino el lugar al que hay que traer el secreto guardado por los verdugos. Cuando Jacoby escribió para el grupo Virus sus panfletos felices con música, fue acusado de frívolo. A toda la movida de aquellos muchachos que abogaban por una poética agradable se la censuró en nombre de lo que Néstor Perlongher llamó “la izquierda Cary Grant”. Jacoby se explicó: “Desde la prensa y el ambiente rockero se los calificó con frecuencia como fenómenos de ‘hedonismo’ y ‘superficialidad’, lo cual era exacto y deliberado, ya que el hedonismo funcionaba como lo contrario al sufrimiento y la noción de superficie jugaba doblemente como máscara y como piel. Era posible ocultarse y manifestarse tras lo inocuo y tras formas diversas del chiste. La piel era considerada como territorio del placer y no de tormento. La ‘superficie’ también era lo opuesto al calabozo y la clandestinidad”.
Confieso que bajé al primer dark room, el de Belleza y Felicidad, luego de hacer la cola como quien espera turno en su ejecución pública. Dark room es la pieza más inquietante para lo que Daniel Link llama una pedagogía de la catástrofe. No es un monumento, no está fijo al aire libre, hasta que la circulación distraída haga olvidar su sentido, si no bajo tierra y en forma efímera, no es público si no para uno y de a uno, como a solas con su conciencia, pero es una inquietante cita del campo de concentración sin un gramo de referente siniestro en sí mismo.
Con la estrategia de la alegría siguió Jacoby actuando, aun en campañas dramáticas como la de Yo tengo sida, donde utilizaba dos elementos asociados a la frivolidad: la celebrity y la remera teenager.
“Yo tengo sida, que es de 1993, es una réplica de la situación de discriminación que había en los ’80 y en los ’90. La gente joven no sabe, como tampoco puede entender lo que era ser homosexual hace treinta o cuarenta años. Por eso hice esas remeras que dicen Yo tengo sida. Salía con Kiwi y Cecilia Sainz con esas remeras en patota por la calle. Una vez fuimos a un bar muy conocido de Santa Fe y Riobamba, Babieca. Estuvimos un rato y cuando nos fuimos vimos por la ventana cómo el mozo se acercaba a la mesa y le pasaba un enorme trapo con lavandina. Queríamos tratar de conseguir que algunas celebridades usaran la camiseta (el viejo truco de la celebrity para legitimar otra cosa). Después fue cambiando bastante la actitud hacia la gente con HIV, por lo menos en la Capital.”
Diarios del odio se puede ver en banda con otras acciones de Jacoby casi siempre en formato video: La brigada internacional argentina por Dilma (en ocasión de las elecciones de 2010 en Brasil), La movida del diablo (la respuesta a una metáfora del entonces monseñor Bergoglio), Hasta la Victoria Ocampo y Crítica a la política del campo o No hay Malba que por bien no venga (en torno a la 125 y con la participación de un personaje llamado “El Paisano”, a quien Jacoby considera una mezcla de Bussi con De Angeli), Yo tengo sida (tomando la tradición política de Todos somos judíos alemanes, Todas somos lesbianas, Yo aborté, etc.), Maresca se entrega a todo destino (fotoperformance publicada en el Nº 8 de la revista El Libertino), Fabulous Nobodies (agencia de publicidad sin productos) y Un guerrillero no muere para que se lo cuelgue en la pared (vuelta de tuerca a la estetización pop del Che).
–A mí ya la propuesta Arte y política me irrita. Y lo de Dilma fue una reacción a una muestra en la Bienal de San Pablo. La política me interesa muchísimo, más que el arte, pero cuando la enuncian los curadores sé que es una falsedad. Ellos no creen en algo político en el sentido de que verdaderamente conmueva, transforme, luche. Es una cosa muy light lo que tiran: algo que se parezca al arte y que se parezca a la política. Hay una frase muy buena de Pablo Suárez: “A mí el arte que me interesa es el arte que no se parece al arte”. Yo presenté varios proyectos. Y me los rebotaron, por suerte. Hasta que al final me mandaron un mail diciendo: “Si no manda su proyecto en dos días, lamentablemente no entrará en el catálogo”.
–Te echaban...
–No es que me echaban de la Bienal, pero no iba a figurar. La Bienal iba a ser dos semanas antes de la elección de Dilma. Entonces pensamos en hacer una especie de Unidad Básica, de centro publicitario de acción política. Empecé a mirar en Internet la imagen de los candidatos y encontré una de Dilma, hermosa, con un sombrero pernambucano de la época de los bandoleros sociales, y la del otro que era como la de un banquero agrio con úlcera de estómago. Hicimos con la Brigada grandes afiches y cuando mandé ese proyecto me lo aceptaron. Todo el mundo estaba feliz y le encantó porque teníamos toda la guita de la Bienal. La usamos para los pasajes. Y para los hostels. Fuimos 25 amigos artistas a San Pablo. Armamos algo muy simple: a los afiches los imprimimos acá, porque era baratísimo. Se montó tudo bem. Al segundo o tercer día de la Bienal venían los sponsors. Y debe haber existido algo que inquietó a los curadores: quizá pensaron que les iban a sacar los subsidios. Porque ahí te podés pelear con el mismísimo Papa, pero no con los sponsors. Entonces fueron a consultar con el juez electoral. Si vos no consultás, no pasa nada, pero si se enteran, sí. Entonces el juez dijo: “No”. Ya había salido la noticia gigante en la Folha de São Paulo y ningún fiscal se había movido. Ahora, si vos presentás un escrito que dice “queremos saber si esto contraviene la ley electoral”, seguro te prohíben. Los curadores tendrían que haber esperado que vengan, pero hicieron ese escrito botón. Nosotros lo aceptamos y cambiamos de candidata. Pusimos una candidata que se llamaba “Vilma” y seguimos haciendo la publicidad con esa “Vilma”.
–Si hubiera sucedido acá, es como si hubieras puesto “Titina”.
Cuando lo entrevisté, Jacoby aún no se había enterado de la reelección de Dilma en Brasil. ¿Un efecto colateral del valor performático, en este caso del arte político? Jacoby no es tan petulante o, mejor dicho, de salir en el Soy, va a los bifes.
–¿Querés decir algo más? ¿Alguna declaración política?
–Me gustan de entre veintidós y veintiséis.
–¿Morocho o rubio?
–Tendiendo a morocho.
–¿Clase baja?
–Popular.
–¿Conurbano, laburante?
–Tampoco exageremos. Pero mejor ponelo al revés, no lo que me gusta a mí. Poné mejor: acepto ofertas.
Diarios del odio y otras acciones Fondo Nacional de las Artes Rufino de Elizalde 2831. Hasta el 15 de diciembre
Diarios del odio
Catálogo de Diarios del odio y otras acciones.
Roberto Jacoby, Syd Krochmalny y otros.
Curaduría Mariela Scafati
http://www.fnartes.gov.ar/ddo.pdf
Roberto Jacoby, Syd Krochmalny y otros.
Curaduría Mariela Scafati
http://www.fnartes.gov.ar/ddo.pdf
Diarios del odio en Miradas al Sur
25 de Octubre de 2014
El odio, el arte y el otro
Diarios del odio, de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny, que recopila comentarios de las páginas web de Clarín y La Nación, desnuda uno de los costados más revulsivos del ser nacional: el extraño pasaje de ciudadano común a bestia xenófoba cuando se trata de caracterizar a quien no piensa como ellos.
Trío. Roberto Jacoby, en primer plano, escribiendo en una de las paredes; Syd Krochmalny, repasando el catálogo, y la curadora Mariela Scafati, en plena risa. Trabajando. Cuatro de los intelectuales convocados por Jacoby y Krochmalny copian el “comentario.
El viernes pasado se inauguró la exposición Diarios del odio y otras accionesen la Casa de la Cultura FNA (Rufino de Elizalde 2431, CABA, esa vieja casona recuperada donde vivió Victoria Ocampo y funcionó la mítica redacción de Sur), la muestra que repasa la trayectoria de Roberto Jacoby –premio a la Trayectoria Artística Fondo Nacional de las Artes 2013– y que presenta una nueva producción realizada junto al también artista y sociólogo Syd Krochmalny.
La muestra, que podrá visitarse hasta el 15 de diciembre de martes a sábados de 15 a 20, se propone como un hecho artístico y, al mismo tiempo, un rigurosísimo estudio sociológico sobre la sociedad argentina y sus modos de expresión en los medios de información. Nada menos. Es que Jacoby y Krochmalny abrevaron en los comentarios habilitados en las páginas web de dos grandes medios hegemónicos del país para mostrar el costado más revulsivo de cierto sector del ser nacional. No en vano la curadora de la muestra, Mariela Scafati, dijo que “las obras de Jacoby generan pensamiento mientras está haciendo, cuestiona, critica, transforma y toca esa parte sensible que se creía que era de una sola manera”.
Entrar a la sala, donde en dos paredes se reproduce en carbonilla una selección de esos comentarios, es una patada en el pecho. “Gronchópolis”, “Hay que matarla”, “Los hechos de guerra no pueden ser juzgados con criterios de paz que por otra parte fue lograda por las FFAA”, “Escuadrones de la muerte ¡ya!”, “El racismo se evita evitando a los negros”, “La policía debe fumigar y cada cual debe ayudar y apoyar los linchamientos”. Más allá del absurdo acostumbramiento al lenguaje lacerante de los lectores-opinadores de las páginas web de Clarín y La Nación, ver esas dos paredes grafiteadas es, así como leer el prólogo de Sartre a Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon (y la relación no es de ninguna manera ociosa), una experiencia que duele. Y mucho. Es que allí, en las paredes (como en el pieza sartreana), está la identificación bestial del otro, una identificación que parecía (pero sólo parecía) superada. “En este caso particular –dice Roberto Jacoby– lo que nos interesó es que existía un lenguaje, no un discurso individual, sino un corpus, un ideolecto, en los grandes medios, en los lugares mediáticos de alto alcance que se basaban en la denigración y anulación de la existencia del otro, del otro social bastante definido. Si se suman esas declaraciones o comentarios, hay un perfil bastante claro. Y nos pareció interesante mostrar qué lenguaje se usa para destruir a ese otro, qué palabras. Todas cosas que tienen que ver con los excrementos; con enfermedades como el cáncer; con la erradicación; con la limpieza que hay que hacer fumigando; con el blanqueo, como si del otro lado hubiera algo oscuro, negro, que es obligatorio blanquear. Y, en realidad, lo que ellos hacen ‘es’ la basura. Cuando sé qué palabras utilizan, se nota el lenguaje excrementicio: ellos como basura cuando dicen esas cosas. Construyen una discursividad política hecha de un detritus. Y valía la pena intentar, aunque no sabíamos cómo iba a quedar, reproducir esa basura. Así como muchos artistas contemporáneos trabajan con basura, una operación muy típica de trabajar con material levantado de la calle, sacado de cualquier parte, incluso con mierda, con semen, con sangre, nos parecía interesante hacer esa especie de símil y trabajar con esa basura lingüística y espiritual y moral. Es tan así que uno se pregunta cómo una persona puede colocarse en ese sitio”.
–Ese otro construido parece ser algo que no existe como tal, o que existe en las malas novelas que, pretenciosamente, quieren abarcarlo todo. Siguiendo las palabras expuestas, ese otro sería una mezcla bastante irracional de negro, homosexual, peronista, judío, comunista, pobre, inmigrante…
Syd Krochmalny: –Sí, es cierto, parece un otro múltiple e inasible. Hay muy pocos casos de personas que sean todo eso al mismo tiempo. En este discurso puede aparecer el otro con todas esas variables, pero por lo general son otros que están atravesados por una clase (bajas, incultas, con desapego a la educación) o por una condición (mujeres, travestis) o por racismo y xenofobia. Y ese discurso tiene una virulencia tal que construye un odio extremo a un otro que, al mismo tiempo, es un imposible para la sociedad, por lo cual se proclama su eliminación, levantando las banderas del etnocidio. Uno puede rastrear diferentes otros: incluso uno ideológico político. Muchos de los discursos que seleccionamos refieren a un odio extremo al gobierno actual. Y por momentos es un discurso de una irracionalidad psicótica, con alucinaciones que construyen figuras inexistentes, sobre todo cuando se lee el discurso completo.
Roberto Jacoby: –Y hay también una potenciación de comentario a comentario, donde las frases adquieren características de delirio, con barbaridades inconexas, como escupiendo algo atragantado.
S. K.: –Es interesante ver cómo esa irracionalidad está puesta en los medios de prensa con una envergadura pública que, si uno hiciera el ejercicio de imprimir el diario en su versión web, podría llenar varias habitaciones con este tipo de discurso. Un poco la idea de descontextualizar eso, dándolo en una sala como exhibición, sumando el elemento de la carbonilla, fue muy pensado. La carbonilla remite a lo sucio. Y la idea del trazo suma materialidad a esa expresión virulenta. Ese discurso, por otra parte, existe pero nadie lo ve. Está allí para leer pero parece que nadie lo hace. Ese es un llamado de atención, porque pensándolo bien las grandes masacres fueron precedidas por formaciones discursivas que no fueron escuchadas, del holocausto a la fusiladora del ’55 o la dictadura del ’76. Esos discursos, y muchos otros, estaban dando vueltas en la sociedad hasta que se proponen como solución del poder.
–Pero, en esos casos, fue mucho más violento el hecho que la palabra. Hoy parecería que la cosa se quedara, por suerte, en el mero enunciado, como si a los que escriben esos comentarios les bastara con hacerlo...
S. K.: –Ojalá sea así y no tengan lugar mis pensamientos más apocalípticos. Desde el Gobierno se repite siempre, y parece que habría que repetirlo mil veces más, que los derechos adquiridos en los últimos diez años hay que defenderlos todos los días porque no son algo que dure per se y para siempre, como la democracia tampoco es para siempre. Uno puede suponer que maduramos de tal manera que nunca se podría repetir lo irrepetible. Pero cuando se observan otras sociedades que están atravesando procesos de recuperación institucional similares al nuestro, se ven interrupciones brutales. No se trata de poner miedo o paranoia, pero no seamos tan ingenuos de pensar que no se pueden volver a repetir situaciones de violencia como las que vivimos. Estos discursos son un llamado de atención sobre esa posibilidad.
–Estos dos grandes diarios de donde salen estos discursos tienen características distintas: uno, como Clarín, es policlasista, y el otro, La Nación, responde claramente a una clase social determinada. ¿Se nota esa diferencia entre los comentarios?
R.J.: –Habría que hacer una lectura muy fina para comprobar esa diferencia. Por momentos se nota cierto tipo de lenguaje más antiguo o más marcial en un caso y no en el otro. Pero son personajes y esos personajes se mezclan bastante. Trabajamos sobre la materia ideológica, y esa materia puede ser enunciada desde los sectores más altos de la sociedad hasta alguien del tercer cordón del conurbano bonaerense.
–¿Es una doble provocación hacer la exposición en la casa de Victoria Ocampo, redacción de Sur, corazón de Palermo chico?
R.J.: –No, se dio la casualidad de que nos invitaron a raíz del premio trayectoria que me dio el Fondo Nacional de las Artes. Es como una tradición que al que recibe el premio se le otorgue una exposición en esta Casa de la Cultura. Es cierto que podríamos no haberlo hecho.
–Pero eligieron hacerlo...
R.J.: –Sí, pero no me lo propuse como provocación. Este material estaba dándonos vueltas desde hace tiempo y no le encontrábamos el modo hasta que, de repente, apareció. Y bueno, aquí está.
–¿Arrancaron buscando comentarios desde los conflictos de la 125 y la reacción de esa entelequia llamada “campo”?
R.J.: –No en esa época, sino que arrancamos hace un año y medio o dos recopilando material desde las jornadas de la 125.
S.K.: –Desde el año 2008, más o menos, los diarios comenzaron a publicar los comentarios. Antes no había. Fue, más o menos, desde el momento en que esos grandes medios rompen con el Gobierno Nacional. Levantamos esos comentarios, que remitían a hechos anteriores, como la orden de Néstor Kirchner de bajar los cuadros, o a hechos muy cercanos como la controversia contra los fondos buitre. Los acontecimientos importantes políticos que ocurrieron entre esos dos grandes hechos fueron materia para abordar y recopilar todo el material.
–¿Cuándo se produjo el crack en que los comentarios dejaron de ser material revulsivo para pasar a ser material artístico?
R.J.: –Empezó con la decisión de “algo hay que hacer con esto”. No podíamos quedarnos tranquilos ante semejante ofensiva. Qué hacer: podría haber sido un estudio sociológico o una investigación, pero no era eso lo que me provocaba. Y sí el hecho de usarlo como materia. Y en el momento que empezamos a trabajarlo, se nos fue yendo la bronca y comenzamos a objetivarlo. Claro que al verlo expuesto, en su conjunto, la bronca vuelve. Cuando lo vi todo junto nos dieron ganas de patear las paredes.
S.K.: –Nosotros invitamos a amigos artistas, intelectuales, para que fueran seleccionando de un libro que tenemos de 200 páginas con infinidad de comentarios. Y estos amigos fueron eligiendo las frases y transcribiéndolas a las paredes. Y allí se dio un caso paradigmático: muchos sintieron miedo; otros, indignación; otros, como mecanismo de catarsis, reían. Diferentes emociones ante la basura y el material de odio. Y es cierto: hay frases que atemorizan, que hacen poner la piel de gallina, pero hay otras en las que el odio toma características de absurdo.
–¿Qué cambió entre el excremento puesto en juego por los surrealistas a la palabra que da cuenta del excremento para potenciarla como elemento artístico?
R.J.: –Me parece que, en este caso, la palabra misma es excremento, deja de representar para ser. El poder sería la mierda, pero para nosotros la mierda es la materia lingüística. No es que el que lo dice es una mierda, es mierda el discurso, es mierda la palabra “mierda”, las mismas palabras tienen un peso excrementicio, denigratorio. Es como trabajar con un diccionario de inmundicia. En esta muestra queda claro que es imposible decir “mierda” sin que esa misma palabra se convierta en mierda al ser dicha.
S.K.: –Es un lenguaje que, frente al otro, lo reduce a una enfermedad que hay que extirpar o a animales rastreros e insectos que deben ser destruidos. Es una cuestión de deshumanizar al otro, sea una persona, un funcionario o un colectivo social. Y justificar así una posible exterminación.
–¿Cree que los medios están capacitados para mirarse a sí mismos y decir que ustedes hicieron arte con ese costado espantoso de ellos mismos?
R.J.: –Los medios en general no existen. Hay organizaciones, con jerarquías, divisiones: redacciones, secciones, en todos los lugares hay jefes. Para simplificar, decimos “los medios”, pero creo que los medios no hablan. Hablan las personas, escriben las personas, otra persona los corrige, otra persona autoriza a publicarlo, otra a titularlo. Pensar que esto es algo atractivo y que los medios pueden procesar me parece difícil, ya que se verían espejados en una situación muy poco confortable: ellos son los que autorizaron para que suceda esto en su propio espacio. Ahora, individualmente, podría venir algún crítico que trabaje en La Nación o Clarín y hacer algo con la muestra. Todo esto en terreno hipotético porque no creo que exista ningún crítico en esos medios. Y por mucho menos que esto me borraron de sus listados de artistas posibles de ser reseñados.
–¿Para quién sería más fácil evaluar esta muestra, para un sociólogo, para un crítico de arte, para una persona de a pie?
R.J.: –Lo puede hacer cualquiera con un enfoque diferente. A cada uno la muestra le planteará preguntas distintas. Pero a mí me interesa más la reacción emocional, la inmediatez, lo que le pasa a cada uno frente a esta barbaridad, no tanto el análisis que puede hacer cualquiera de nosotros y que está bien hacer. Pero me interesa eso que nos comentaban los artistas cuando escribían las paredes: miedo, mucho miedo. Eso, para mí, es el resultado del trabajo, que produzca algo, no que se ponga a razonar. El razonamiento debe ser a posteriori, pero uno no puede pasar frente a esto de modo indiferente, como si estuviera mirando un paisaje o un caballo.
–Como si las palabras fueran poco, potenciaron la sensación tirando carbonillas al piso para que sean pisadas por los visitantes...
R.J.: –Sí, hicimos mal el cálculo y nos sobraron carbonillas, y pensamos que tirarlas al piso para ser pisoteadas le daba a la muestra un plus de desagrado.
S.K.: –Puede ser que sea una pieza controversial en cuanto a si se habla o no se habla de ella, pero me interesaría que la muestra habilite una discusión pública sobre el tema.
–¿Cuáles serían esos puntos del debate?
S.K.: –Nosotros hicimos una lectura artística y sociológico-política sobre esta muestra. Les dimos muchas vueltas para ver con qué elementos hacerla, escribimos mucho sobre el tema, analizamos mucho. Y el debate es enorme. ¿Los puntos? La responsabilidad de este material, por ejemplo. Si es responsable el comentarista o el editor del diario.
R.J.: –Claro, hay un elemento editorial en esto. Por ejemplo, hay veces que leímos “comentario suprimido”. Bien. Si no hubieran suprimido ninguno se podría hablar de responsabilidad absoluta de los comentaristas, pero cuando se suprime, cuando una voz editora decide esto sí y esto no, la responsabilidad cambia de mano. Viendo lo brutal de los comentarios, si suprimen uno, ¿por qué los demás no? ¿Qué diría ese comentario suprimido que no coincidiera o no agravara más los ya permitidos? Quiere decir que hay una normativa, algo que impide o permite.
S.K.: –Otros puntos del debate: qué ocurre en los sectores de la sociedad que plantea estas cosas; qué piensan de la muerte, de la xenofobia, del racismo. Y los alcances de la libertad de expresión.
–Tema complicado...
S.K.: –Pero sería interesante que estos mismos medios discutieran hasta dónde llega la libertad de expresión. Si la libertad de expresión es permitir que alguien diga que hay que entrar a las villas para matar a todos los que viven allí con topadoras y lanzallamas.
R.J.: –No es nuestro proyecto que se eliminen los comentarios o que persigan judicialmente a quienes los envían. Pero estaría bueno que se discutiera qué es la libertad de prensa, cuál es la responsabilidad de la persona que admite publicar eso en un medio masivo. Y cuál es la responsabilidad de los políticos opositores que no se diferencian demasiado de esos comentaristas. Yo estoy seguro de que si se pusieran a escribir dirían las mismas cosas que se dicen ahí.
S.K.: –Y habría que hacer un análisis muy serio sobre las correspondencias o no entre los comentarios y las editoriales de esos diarios. Sí se puede ver que hay una radiación de espectro ideológico común, aunque la nota utilice el género periodístico y el comentario use el género brutal excrementicio.
R.J.: –La oposición es oposición realmente, sin vueltas: se opone a todo, es una descalificación permanente sin rumbo. No hay trabajo racional que actúe sobre cada uno de los acontecimientos, no hay contrapropuesta a formulaciones con las que no se está de acuerdo. Es un discurso psicótico, sin más.
–¿Esta muestra puede ser catalogada como arte kirchnerista?
R.J.: –No creo que exista algo así. Y si vamos a pensar en el arte que le gusta a Cristina Kirchner, decididamente no. La Presidenta tiene muchísimas virtudes inmensas, menos la de crítica de arte. Ahí es un rubro donde no le reconozco competencia. Trabajamos con una materia muy política, el lenguaje. Y Días de odio es eso, lisa y llanamente, una muestra política.
–Salvando las distancias ideológicas, ¿podría este tipo de muestra en un futuro gobierno ser condenada, a la usanza nazi, como arte degenerado?
R.J.: –Ojalá, qué bueno sería que nos persiguieran un poco. Bah, que nos tengan en cuenta, que existamos un cachito, aunque sea. Esta es una época en que la libertad es absoluta, algo nunca visto en la historia de este país, inclusive fundada de modo legislativo, derogando el delito de calumnias e injurias, por ejemplo. Y es tan absoluta que muchas veces pasa desapercibida. El grado de amplitud es enorme.
S.K.: –Pero habría que discutir también qué es lo que hace la libertad de expresión como sociedad más interesante o más políticamente pertinente. Hacer política sin miedo a la expulsión hace a una sociedad mucho mejor. Pero está el lado b, aquello de la banalidad del mal, con las palabras que no producen ningún efecto.
R.J.: –Claro, porque más allá de que no creo que vuelva nunca más el nazismo, estas palabras no son palabras en el aire. En los cacerolazos últimos, que por suerte dejaron de producirse, hubo actitudes de odio muy extremo: los carteles con los colgados, las frases enloquecidas por no poder irse todos los años a Punta del Este, la descalificación total ante todo. Cuidado: son palabras, pero fueron dichas. Y allí están, y aquí las reproducimos. Para que se sepa.
La muestra, que podrá visitarse hasta el 15 de diciembre de martes a sábados de 15 a 20, se propone como un hecho artístico y, al mismo tiempo, un rigurosísimo estudio sociológico sobre la sociedad argentina y sus modos de expresión en los medios de información. Nada menos. Es que Jacoby y Krochmalny abrevaron en los comentarios habilitados en las páginas web de dos grandes medios hegemónicos del país para mostrar el costado más revulsivo de cierto sector del ser nacional. No en vano la curadora de la muestra, Mariela Scafati, dijo que “las obras de Jacoby generan pensamiento mientras está haciendo, cuestiona, critica, transforma y toca esa parte sensible que se creía que era de una sola manera”.
Entrar a la sala, donde en dos paredes se reproduce en carbonilla una selección de esos comentarios, es una patada en el pecho. “Gronchópolis”, “Hay que matarla”, “Los hechos de guerra no pueden ser juzgados con criterios de paz que por otra parte fue lograda por las FFAA”, “Escuadrones de la muerte ¡ya!”, “El racismo se evita evitando a los negros”, “La policía debe fumigar y cada cual debe ayudar y apoyar los linchamientos”. Más allá del absurdo acostumbramiento al lenguaje lacerante de los lectores-opinadores de las páginas web de Clarín y La Nación, ver esas dos paredes grafiteadas es, así como leer el prólogo de Sartre a Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon (y la relación no es de ninguna manera ociosa), una experiencia que duele. Y mucho. Es que allí, en las paredes (como en el pieza sartreana), está la identificación bestial del otro, una identificación que parecía (pero sólo parecía) superada. “En este caso particular –dice Roberto Jacoby– lo que nos interesó es que existía un lenguaje, no un discurso individual, sino un corpus, un ideolecto, en los grandes medios, en los lugares mediáticos de alto alcance que se basaban en la denigración y anulación de la existencia del otro, del otro social bastante definido. Si se suman esas declaraciones o comentarios, hay un perfil bastante claro. Y nos pareció interesante mostrar qué lenguaje se usa para destruir a ese otro, qué palabras. Todas cosas que tienen que ver con los excrementos; con enfermedades como el cáncer; con la erradicación; con la limpieza que hay que hacer fumigando; con el blanqueo, como si del otro lado hubiera algo oscuro, negro, que es obligatorio blanquear. Y, en realidad, lo que ellos hacen ‘es’ la basura. Cuando sé qué palabras utilizan, se nota el lenguaje excrementicio: ellos como basura cuando dicen esas cosas. Construyen una discursividad política hecha de un detritus. Y valía la pena intentar, aunque no sabíamos cómo iba a quedar, reproducir esa basura. Así como muchos artistas contemporáneos trabajan con basura, una operación muy típica de trabajar con material levantado de la calle, sacado de cualquier parte, incluso con mierda, con semen, con sangre, nos parecía interesante hacer esa especie de símil y trabajar con esa basura lingüística y espiritual y moral. Es tan así que uno se pregunta cómo una persona puede colocarse en ese sitio”.
–Ese otro construido parece ser algo que no existe como tal, o que existe en las malas novelas que, pretenciosamente, quieren abarcarlo todo. Siguiendo las palabras expuestas, ese otro sería una mezcla bastante irracional de negro, homosexual, peronista, judío, comunista, pobre, inmigrante…
Syd Krochmalny: –Sí, es cierto, parece un otro múltiple e inasible. Hay muy pocos casos de personas que sean todo eso al mismo tiempo. En este discurso puede aparecer el otro con todas esas variables, pero por lo general son otros que están atravesados por una clase (bajas, incultas, con desapego a la educación) o por una condición (mujeres, travestis) o por racismo y xenofobia. Y ese discurso tiene una virulencia tal que construye un odio extremo a un otro que, al mismo tiempo, es un imposible para la sociedad, por lo cual se proclama su eliminación, levantando las banderas del etnocidio. Uno puede rastrear diferentes otros: incluso uno ideológico político. Muchos de los discursos que seleccionamos refieren a un odio extremo al gobierno actual. Y por momentos es un discurso de una irracionalidad psicótica, con alucinaciones que construyen figuras inexistentes, sobre todo cuando se lee el discurso completo.
Roberto Jacoby: –Y hay también una potenciación de comentario a comentario, donde las frases adquieren características de delirio, con barbaridades inconexas, como escupiendo algo atragantado.
S. K.: –Es interesante ver cómo esa irracionalidad está puesta en los medios de prensa con una envergadura pública que, si uno hiciera el ejercicio de imprimir el diario en su versión web, podría llenar varias habitaciones con este tipo de discurso. Un poco la idea de descontextualizar eso, dándolo en una sala como exhibición, sumando el elemento de la carbonilla, fue muy pensado. La carbonilla remite a lo sucio. Y la idea del trazo suma materialidad a esa expresión virulenta. Ese discurso, por otra parte, existe pero nadie lo ve. Está allí para leer pero parece que nadie lo hace. Ese es un llamado de atención, porque pensándolo bien las grandes masacres fueron precedidas por formaciones discursivas que no fueron escuchadas, del holocausto a la fusiladora del ’55 o la dictadura del ’76. Esos discursos, y muchos otros, estaban dando vueltas en la sociedad hasta que se proponen como solución del poder.
–Pero, en esos casos, fue mucho más violento el hecho que la palabra. Hoy parecería que la cosa se quedara, por suerte, en el mero enunciado, como si a los que escriben esos comentarios les bastara con hacerlo...
S. K.: –Ojalá sea así y no tengan lugar mis pensamientos más apocalípticos. Desde el Gobierno se repite siempre, y parece que habría que repetirlo mil veces más, que los derechos adquiridos en los últimos diez años hay que defenderlos todos los días porque no son algo que dure per se y para siempre, como la democracia tampoco es para siempre. Uno puede suponer que maduramos de tal manera que nunca se podría repetir lo irrepetible. Pero cuando se observan otras sociedades que están atravesando procesos de recuperación institucional similares al nuestro, se ven interrupciones brutales. No se trata de poner miedo o paranoia, pero no seamos tan ingenuos de pensar que no se pueden volver a repetir situaciones de violencia como las que vivimos. Estos discursos son un llamado de atención sobre esa posibilidad.
–Estos dos grandes diarios de donde salen estos discursos tienen características distintas: uno, como Clarín, es policlasista, y el otro, La Nación, responde claramente a una clase social determinada. ¿Se nota esa diferencia entre los comentarios?
R.J.: –Habría que hacer una lectura muy fina para comprobar esa diferencia. Por momentos se nota cierto tipo de lenguaje más antiguo o más marcial en un caso y no en el otro. Pero son personajes y esos personajes se mezclan bastante. Trabajamos sobre la materia ideológica, y esa materia puede ser enunciada desde los sectores más altos de la sociedad hasta alguien del tercer cordón del conurbano bonaerense.
–¿Es una doble provocación hacer la exposición en la casa de Victoria Ocampo, redacción de Sur, corazón de Palermo chico?
R.J.: –No, se dio la casualidad de que nos invitaron a raíz del premio trayectoria que me dio el Fondo Nacional de las Artes. Es como una tradición que al que recibe el premio se le otorgue una exposición en esta Casa de la Cultura. Es cierto que podríamos no haberlo hecho.
–Pero eligieron hacerlo...
R.J.: –Sí, pero no me lo propuse como provocación. Este material estaba dándonos vueltas desde hace tiempo y no le encontrábamos el modo hasta que, de repente, apareció. Y bueno, aquí está.
–¿Arrancaron buscando comentarios desde los conflictos de la 125 y la reacción de esa entelequia llamada “campo”?
R.J.: –No en esa época, sino que arrancamos hace un año y medio o dos recopilando material desde las jornadas de la 125.
S.K.: –Desde el año 2008, más o menos, los diarios comenzaron a publicar los comentarios. Antes no había. Fue, más o menos, desde el momento en que esos grandes medios rompen con el Gobierno Nacional. Levantamos esos comentarios, que remitían a hechos anteriores, como la orden de Néstor Kirchner de bajar los cuadros, o a hechos muy cercanos como la controversia contra los fondos buitre. Los acontecimientos importantes políticos que ocurrieron entre esos dos grandes hechos fueron materia para abordar y recopilar todo el material.
–¿Cuándo se produjo el crack en que los comentarios dejaron de ser material revulsivo para pasar a ser material artístico?
R.J.: –Empezó con la decisión de “algo hay que hacer con esto”. No podíamos quedarnos tranquilos ante semejante ofensiva. Qué hacer: podría haber sido un estudio sociológico o una investigación, pero no era eso lo que me provocaba. Y sí el hecho de usarlo como materia. Y en el momento que empezamos a trabajarlo, se nos fue yendo la bronca y comenzamos a objetivarlo. Claro que al verlo expuesto, en su conjunto, la bronca vuelve. Cuando lo vi todo junto nos dieron ganas de patear las paredes.
S.K.: –Nosotros invitamos a amigos artistas, intelectuales, para que fueran seleccionando de un libro que tenemos de 200 páginas con infinidad de comentarios. Y estos amigos fueron eligiendo las frases y transcribiéndolas a las paredes. Y allí se dio un caso paradigmático: muchos sintieron miedo; otros, indignación; otros, como mecanismo de catarsis, reían. Diferentes emociones ante la basura y el material de odio. Y es cierto: hay frases que atemorizan, que hacen poner la piel de gallina, pero hay otras en las que el odio toma características de absurdo.
–¿Qué cambió entre el excremento puesto en juego por los surrealistas a la palabra que da cuenta del excremento para potenciarla como elemento artístico?
R.J.: –Me parece que, en este caso, la palabra misma es excremento, deja de representar para ser. El poder sería la mierda, pero para nosotros la mierda es la materia lingüística. No es que el que lo dice es una mierda, es mierda el discurso, es mierda la palabra “mierda”, las mismas palabras tienen un peso excrementicio, denigratorio. Es como trabajar con un diccionario de inmundicia. En esta muestra queda claro que es imposible decir “mierda” sin que esa misma palabra se convierta en mierda al ser dicha.
S.K.: –Es un lenguaje que, frente al otro, lo reduce a una enfermedad que hay que extirpar o a animales rastreros e insectos que deben ser destruidos. Es una cuestión de deshumanizar al otro, sea una persona, un funcionario o un colectivo social. Y justificar así una posible exterminación.
–¿Cree que los medios están capacitados para mirarse a sí mismos y decir que ustedes hicieron arte con ese costado espantoso de ellos mismos?
R.J.: –Los medios en general no existen. Hay organizaciones, con jerarquías, divisiones: redacciones, secciones, en todos los lugares hay jefes. Para simplificar, decimos “los medios”, pero creo que los medios no hablan. Hablan las personas, escriben las personas, otra persona los corrige, otra persona autoriza a publicarlo, otra a titularlo. Pensar que esto es algo atractivo y que los medios pueden procesar me parece difícil, ya que se verían espejados en una situación muy poco confortable: ellos son los que autorizaron para que suceda esto en su propio espacio. Ahora, individualmente, podría venir algún crítico que trabaje en La Nación o Clarín y hacer algo con la muestra. Todo esto en terreno hipotético porque no creo que exista ningún crítico en esos medios. Y por mucho menos que esto me borraron de sus listados de artistas posibles de ser reseñados.
–¿Para quién sería más fácil evaluar esta muestra, para un sociólogo, para un crítico de arte, para una persona de a pie?
R.J.: –Lo puede hacer cualquiera con un enfoque diferente. A cada uno la muestra le planteará preguntas distintas. Pero a mí me interesa más la reacción emocional, la inmediatez, lo que le pasa a cada uno frente a esta barbaridad, no tanto el análisis que puede hacer cualquiera de nosotros y que está bien hacer. Pero me interesa eso que nos comentaban los artistas cuando escribían las paredes: miedo, mucho miedo. Eso, para mí, es el resultado del trabajo, que produzca algo, no que se ponga a razonar. El razonamiento debe ser a posteriori, pero uno no puede pasar frente a esto de modo indiferente, como si estuviera mirando un paisaje o un caballo.
–Como si las palabras fueran poco, potenciaron la sensación tirando carbonillas al piso para que sean pisadas por los visitantes...
R.J.: –Sí, hicimos mal el cálculo y nos sobraron carbonillas, y pensamos que tirarlas al piso para ser pisoteadas le daba a la muestra un plus de desagrado.
S.K.: –Puede ser que sea una pieza controversial en cuanto a si se habla o no se habla de ella, pero me interesaría que la muestra habilite una discusión pública sobre el tema.
–¿Cuáles serían esos puntos del debate?
S.K.: –Nosotros hicimos una lectura artística y sociológico-política sobre esta muestra. Les dimos muchas vueltas para ver con qué elementos hacerla, escribimos mucho sobre el tema, analizamos mucho. Y el debate es enorme. ¿Los puntos? La responsabilidad de este material, por ejemplo. Si es responsable el comentarista o el editor del diario.
R.J.: –Claro, hay un elemento editorial en esto. Por ejemplo, hay veces que leímos “comentario suprimido”. Bien. Si no hubieran suprimido ninguno se podría hablar de responsabilidad absoluta de los comentaristas, pero cuando se suprime, cuando una voz editora decide esto sí y esto no, la responsabilidad cambia de mano. Viendo lo brutal de los comentarios, si suprimen uno, ¿por qué los demás no? ¿Qué diría ese comentario suprimido que no coincidiera o no agravara más los ya permitidos? Quiere decir que hay una normativa, algo que impide o permite.
S.K.: –Otros puntos del debate: qué ocurre en los sectores de la sociedad que plantea estas cosas; qué piensan de la muerte, de la xenofobia, del racismo. Y los alcances de la libertad de expresión.
–Tema complicado...
S.K.: –Pero sería interesante que estos mismos medios discutieran hasta dónde llega la libertad de expresión. Si la libertad de expresión es permitir que alguien diga que hay que entrar a las villas para matar a todos los que viven allí con topadoras y lanzallamas.
R.J.: –No es nuestro proyecto que se eliminen los comentarios o que persigan judicialmente a quienes los envían. Pero estaría bueno que se discutiera qué es la libertad de prensa, cuál es la responsabilidad de la persona que admite publicar eso en un medio masivo. Y cuál es la responsabilidad de los políticos opositores que no se diferencian demasiado de esos comentaristas. Yo estoy seguro de que si se pusieran a escribir dirían las mismas cosas que se dicen ahí.
S.K.: –Y habría que hacer un análisis muy serio sobre las correspondencias o no entre los comentarios y las editoriales de esos diarios. Sí se puede ver que hay una radiación de espectro ideológico común, aunque la nota utilice el género periodístico y el comentario use el género brutal excrementicio.
R.J.: –La oposición es oposición realmente, sin vueltas: se opone a todo, es una descalificación permanente sin rumbo. No hay trabajo racional que actúe sobre cada uno de los acontecimientos, no hay contrapropuesta a formulaciones con las que no se está de acuerdo. Es un discurso psicótico, sin más.
–¿Esta muestra puede ser catalogada como arte kirchnerista?
R.J.: –No creo que exista algo así. Y si vamos a pensar en el arte que le gusta a Cristina Kirchner, decididamente no. La Presidenta tiene muchísimas virtudes inmensas, menos la de crítica de arte. Ahí es un rubro donde no le reconozco competencia. Trabajamos con una materia muy política, el lenguaje. Y Días de odio es eso, lisa y llanamente, una muestra política.
–Salvando las distancias ideológicas, ¿podría este tipo de muestra en un futuro gobierno ser condenada, a la usanza nazi, como arte degenerado?
R.J.: –Ojalá, qué bueno sería que nos persiguieran un poco. Bah, que nos tengan en cuenta, que existamos un cachito, aunque sea. Esta es una época en que la libertad es absoluta, algo nunca visto en la historia de este país, inclusive fundada de modo legislativo, derogando el delito de calumnias e injurias, por ejemplo. Y es tan absoluta que muchas veces pasa desapercibida. El grado de amplitud es enorme.
S.K.: –Pero habría que discutir también qué es lo que hace la libertad de expresión como sociedad más interesante o más políticamente pertinente. Hacer política sin miedo a la expulsión hace a una sociedad mucho mejor. Pero está el lado b, aquello de la banalidad del mal, con las palabras que no producen ningún efecto.
R.J.: –Claro, porque más allá de que no creo que vuelva nunca más el nazismo, estas palabras no son palabras en el aire. En los cacerolazos últimos, que por suerte dejaron de producirse, hubo actitudes de odio muy extremo: los carteles con los colgados, las frases enloquecidas por no poder irse todos los años a Punta del Este, la descalificación total ante todo. Cuidado: son palabras, pero fueron dichas. Y allí están, y aquí las reproducimos. Para que se sepa.
Diarios del odio por Télam
"Diarios del odio", una muestra sobre las zonas más oscuras de la sociedad argentina
A partir de comentarios volcados por lectores de las versiones electrónicas de los diarios más importantes del país, el artista Roberto Jacoby configura Diarios del odio, una intervención que a partir de mañana ocupará un espacio de la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes, mostrando la cara más violenta, racista y reaccionaria de la sociedad argentina.
La muestra, que se inaugura mañana, a las 19, en la Casa de la Cultura FNA (Rufino de Elizalde 2431) y que podrá visitarse hasta el 15 de diciembre, presenta una sala de la casa totalmente intervenida por un corpus textual que interpela sobre la construcción del otro como objeto del odio extremo.
"Muerte a los K y a esa maldita letra", "Videla volvé", "Argenzuela", "Gronchopolis", "Viuda negra", "Putos derechos humanos", son algunas de las frases que se pueden ver en la sala intervenida y que generan, por su cambio de dimensión, un intenso efecto que remite a las zonas más oscuras de nuestra sociedad.
En diálogo con Télam, Jacoby -ganador del Premio a la Trayectoria Artística del Fondo Nacional de las Artes 2013- habló sobre el origen de esta nueva producción que toma como base los comentarios de los diarios argentinos, sobre todo los de La Nación, realizada junto al artista y sociólogo Syd Krochmalny.
"El trabajo más difícil fue pensar de qué manera materializarlo, cómo transmitir; lo seguro era que no se podía transmitir como estaba, cada comentario uno por uno. Lo que queríamos era sacarlo de la continuidad. El efecto se da porque están todos juntos", explicó el artista.
Y contó: "Estuvimos un año pensando cómo mostrar esto, pensamos hacerlo como una cosa sonora, que lo dijeran actores, hasta que al final llegamos a la idea de escribirlo en la pared. Después vino el tema de cómo hacer las pintadas y de quién lo escribe. Por eso invitamos a diferentes amigos para que cada uno le diera su impronta".
"Pensamos que la carbonilla era lo mejor, no sólo porque es un material que se limpia y sale, sino porque representa la vida quemada, es un árbol quemado; hay una relación con la oscuridad de la carbonilla y el tema de los negros, se habla mucho de quemar a los negros", sostuvo.
"Lo que nosotros hacemos es trabajar eso mismo desde el lenguaje -apuntó-, en forma de frases, porque son palabras sucias, que hacen daño, afectan; es un discurso armado. De alguna manera, esto es el performativo, como se usa en lingüística, aquellas frases que en sí mismas son una acción".
Por su parte, Krochmalny sostuvo que "en la web no se puede ver una marca personal de los comentarios, salvo en los nombres inventados de los usuarios, pero acá el trazo individual muestra un poco esa variedad social, es un coro de voces. En este formato se puede ver una despersonalización que a la vez mantiene un colectivo heterogéneo".
"Son voces que interpelan al otro como basura. Si uno hace el ejercicio de imprimir el diario digital, se encuentra que lo más extenso son los comentarios; creo que no se llama tanto la atención sobre el discurso que ahí se puede ver", señaló.
Y afirmó: "es un discurso preocupante, no hay debate público, por eso creo que descontextualizar y ponerlo acá, en otra dimensión, es mostrar que el lenguaje tiene un poder que cualquier lingüista sabe, pero que hoy por hoy los medios tratan de mostrarlo sólo como un relato, una ficción".
En la muestra se puede ver, además, una serie de trabajos que hacen un repaso por la extensa trayectoria de Jacoby, como una serie de carteles titulados "América Dilma", donde se lee: "Apoyemos a Dilma. Si pierde, perdemos".
sábado, 1 de noviembre de 2014
Diarios del Odio
Todos los días en las versiones electrónicas de los principales dia- rios de la Argentina los lectores se encuentran habilitados para opinar libremente sobre las noticias. “Diarios del odio” se basa en estos comentarios de lectores. Algunas de sus palabras y frases están escritas con carbonilla en las paredes de la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes.
Los fragmentos elegidos rastrean específicamente aquellos núcleos dis- cursivos donde se produce la deshumanización de sectores enteros de la sociedad argentina. La construcción del otro como objeto del odio extremo busca definir a determinadas personas como un excedente social. Mierda, basura, desperdicio, son algunas de las metáforas que convierten al otro en un excremento que el cuerpo social debe expulsar. Esta visión organicista de la sociedad también aparece cuando se utilizan los términos médicos como cáncer, infección o gangrena que han de ser extirpados.
Sin embargo, todo odiante necesita de su objeto ya que define su identidad por relación con lo odiado. Así vemos que los comentaristas se perciben argentinos por relación al “bolita”, al “paragua”, al “perucho”. Se perciben blancos en tanto denigran a los que llaman negros, hombres en cuanto destituyen a la mujer, educados en la medida que estigmatizan a los igno- rantes. Se sienten clases medias porque detestan a los pobres. Y siempre es posible imaginar a alguien más pobre.
Estas observaciones no señalan nada nuevo. Incluso puede pensarse que los comentarios seleccionados de los diarios no son más que exabrup- tos anónimos. Es posible que no revistan mayor importancia. Sin embargo, no debe olvidarse que las masacres fueron precedidas por elaboraciones discursivas deshumanizantes, que no fueron escuchadas en su momento.
Syd Krochmalny y Roberto Jacoby
Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes.
Rufino de Elizalde 2831, Buenos Aires
Desde el 24 de Octubre hasta diciembre de 2014.
martes, 3 de junio de 2014
Dreambook: laboratorio de sueño colectivo
La modernidad intenta recuperar el tiempo perdido suprimiendo el sueño. Porque en el capitalismo el sueño es gasto, un período muerto e infructuoso, un hecho biológico que atenta contra la productividad y el consumo.
La sociedad capitalista con la luz eléctrica apaga la noche. Con Internet mantiene conectado al mundo. Y con los somníferos y las bebidas estimulantes reduce el sueño y el cansancio o, al contrario, intenta controlarlo. De la revolución industrial a las sociedades del próximo milenio se piensa en la creación de máquinas o cyborgs que puedan trabajar y consumir las veinticuatro horas del día, todo el año.
Soñar puede ser imaginar otra realidad, listar ambiciones, proyectar un futuro. En este punto, el de soñar despiertos, todo sueño es una utopía. En la duermevela, un fragmento de la noche olvidada en la luz del día, la ensoñación escucha la polifonía de los sentidos y la conciencia poética registra esa escucha. Y en la noche profunda emerge el sueño fuera de control, que se impone al piadoso olvido. Es el extremo del tiempo, donde se entremezcla el pasado, el presente y el futuro. Despertarse para dormir. Dormirse para despertar.
La utopía del capital además de contar con los recursos técnicos necesita del sueño en tanto anhelo para eliminar el sueño durmiente y la ensoñación que invita a la siesta. Vivir despierto intensamente para alcanzar un estado superior al presente es parte de la ideología de una sociedad de clases.
El reino onírico no se contempla en sus relaciones colectivas. Los sueños constituyen una dimensión esencial de la vida cotidiana aunque por lo general se limitan a la esfera íntima. Son átomos dispersos en la sociedad.
Florencia Rodríguez Giles
y Syd Krochmalny,
Dreambook,
Benzacar en Arte BA,
Mayo 2014
viernes, 30 de mayo de 2014
The Naked Soul at パシフィコ横浜 Pacifico Yokohama.
The Naked Soul by Syd Krochmalny
Thursday, July 17, 2014: 5:30 PM
ISA, Yokohama, Japan.
The video is a poetic and philosophical meditation on nakedness, loosely inspired by the case of Stephen Gough, 'the Naked Rambler', who spent over six years cumulatively in prison in Scotland for his naked walks across Britain, and who is now a prisoner in England. The inspiration for the video was the myth of the origins of justice or ‘The Naked Souls’ recounted by Plato. The video’s voiceover also includes texts from the Bible, Hume, Descartes, Mill, John Locke, Rousseau, Schopenhauer, Merleau-Ponty among others all of which reflect on the body and nakedness. The video was first projected in Edinburgh's Old Calton Cemetery, which contains the tombs of, and monuments to, among others David Hume, Abraham Lincoln, Thomas Muir and other campaigners for universal suffrage who were transported to Australia (the 19th solution to bodies out of place) on 10 May 2013. It was also shown at the Augustine Central Church in Edinburgh on the same day, in the School of Communication of the Federal University of Rio de Janeiro in July 2013, and was an official selection at the Oakland Underground Film Festival in September 2013. The story of the film’s projection, and the unexpected way in which it started to mirror themes related to Stephen Gough’s story incuding access to ‘public’ space and the fear and self-censure provoked by risk management practices in the university and other workplaces is related here:
http://redflag.org.uk/wp/?p=499
Speakers
Sarah Wilson WILSON, University of Stirling, United Kingdom
Rage Nathansohn, , University of Michigan, USA
Discussion
Map and other issues http://www.isa-sociology.org/congress2014/practical-information.htm
martes, 27 de mayo de 2014
The Origin of the World in Japan
XVIII ISA World Congress of Sociology
The Origin of the World: Analysis, Representation and Performance
Wednesday, July 16, 2014, 4:30 PM
Faculty of Economics, TBA
Oral Presentation, performance and Film Screening
Sarah Wilson, School of Applied Social Sciences, University of Stirling, Stirling, United Kingdom
Syd Krochmalny, University of Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina
This paper focuses on an artistic experiment or performance, ‘The Origin of the World’, in which over a two year period, 50 male artists were provided with charcoal, paper and instructions quickly to draw a vagina (only) with no human or other model. 20 of the drawings were later re-presented in a video in which the drawings slowly morph together and apart consecutively to music. Later, the drawings and video were exhibited in a university space. This paper explores this process and these data from a methodological perspective, discussing their potential as both representation and performance. First, the drawings were analysed interpretatively in relation to Lacanian psychoanalytic theory and feminist critiques of the same. This analysis highlighted the notable lack of consensus in the shapes produced, the extent to which the artists stuck to or deviated from the instructions given, and the clues they provided as to the artists’ responses to the exercise (anxiety? disgust? humour?). This work raised further questions as to the nature of the data analysed and the potential contribution to such analysis of interviews exploring the artists’ perspectives on the exercise, its distance from their habitual artistic practice and perhaps their own gender/ sexual identities. However these data are also performative (Law 2009) in that they enact multiplicities, thereby interrogating categorisations and, in more general terms, illustrate the potential of such methods and data to provide an opening to the uncertain and less defined. Further the video itself constitutes an interpretation and interrogation of the drawings, as well as an aesthetic argument as to their significance, one in which conventional, commercial representations of female bodies become strange. The later presentation of the artefacts produced (drawings, video) in a university exhibition produced a further space in which to open dialogue, debate and alternative understandings.
Imagen: Syd Krochmalny, The Origin of the World, 2006. Last exhibited at University of Stirling, UK, May 2013.
viernes, 16 de mayo de 2014
Black Market: A Thousands Artists for Sale
An exhibition of art works for sale; the viewers receive offers from galleries that describe the artworks in folders, detailing not only the name and career of the artists, shapes, colors, sizes, and materiality, but also include critical comments about the works, their trade turnover, and of course, their monetary value.
The physical architecture of the gallery (pillars, walls, railings) and the social architecture - permits, contracts, etc.- define who is allowed to participate in the transactions as dealers.
Thus, I propose to introduce 1.000 artists from Argentina arranged in a clandestine operation at Frieze Art Fair in New York City, intangible in an online database. The clients are given a space so that they can show a selection of their work and expose their current artistic situation and about their own creation. This is organized around pre-established item, which are completed to everyone. After a purchase is made, the buyer will receive the artwork in their mailbox.
Syd Krochmalny
May 8th 2014
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