La sociedad capitalista con la luz eléctrica apaga la noche. Con Internet mantiene conectado al mundo. Y con los somníferos y las bebidas estimulantes reduce el sueño y el cansancio o, al contrario, intenta controlarlo. De la revolución industrial a las sociedades del próximo milenio se piensa en la creación de máquinas o cyborgs que puedan trabajar y consumir las veinticuatro horas del día, todo el año.
Soñar puede ser imaginar otra realidad, listar ambiciones, proyectar un futuro. En este punto, el de soñar despiertos, todo sueño es una utopía. En la duermevela, un fragmento de la noche olvidada en la luz del día, la ensoñación escucha la polifonía de los sentidos y la conciencia poética registra esa escucha. Y en la noche profunda emerge el sueño fuera de control, que se impone al piadoso olvido. Es el extremo del tiempo, donde se entremezcla el pasado, el presente y el futuro. Despertarse para dormir. Dormirse para despertar.
La utopía del capital además de contar con los recursos técnicos necesita del sueño en tanto anhelo para eliminar el sueño durmiente y la ensoñación que invita a la siesta. Vivir despierto intensamente para alcanzar un estado superior al presente es parte de la ideología de una sociedad de clases.
El reino onírico no se contempla en sus relaciones colectivas. Los sueños constituyen una dimensión esencial de la vida cotidiana aunque por lo general se limitan a la esfera íntima. Son átomos dispersos en la sociedad.
Florencia Rodríguez Giles
y Syd Krochmalny,
Dreambook,
Benzacar en Arte BA,
Mayo 2014
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