MK y amigos, MDP, 1962
Me senté en la butaca del teatro cuando vos estabas en el baño. Pasaste a mi lado para volver a tu asiento y no me reconociste. Te dije soy tu sobrino, te sorprendiste. Me arrojaste flores y dádivas, abrazos y amor. Hablamos durante toda la función, fuimos irrespetuosos, la gente alrededor se quejaba de nosotros porque hablábamos sin preocuparnos por que ya había comenzado el show. Tu cara que parecía un globo desinflado, por tus arrugas que marcaban el sendero de tu miseria, el de un vida irremediable, ya trazada, y la decadencia de una mujer desdentada a dos lustros del nuevo milenio. Hablamos hasta que mi madre estuvo en escena. El pacto del silencio duró hasta que cayó el telón. Dije que tendría que haber asistido mi padre y arremetiste contra mi linaje pero excluyéndome de él como si mi éxito personal me redimiera. ¿Pero quién es más desapegado que yo? La última vez que te vi fue hace seis años antes que muriera mi tío, ¿y la anteúltima hace quince? Mi familia está desmembrada, reina el desapego, ya sos viuda y sin embargo, te empecinás en restituir el lazo que te conecta con nosotros, un lazo que no es el tu sangre sino la sangre desvanecida, la sangre del muerto que no llorás sino que odiás. Te dije algo y no me escuchaste, me preguntaste si sé cómo te llamás ¿Cómo no voy a saber tu nombre, tía? ¿Nuestro reencuentro fue casual? ¿O sabías que iría al teatro? ¿Nos íbamos a volver a ver? ¿Y cuándo nos volveremos a ver? ¿El día de tu muerte? Si sabés que no me gustan las despedidas irreversibles... quizás ésta sea la última vez que no veamos. Me hablaste de mis viajes, y de mi flecha que apunta al sol, el sol enorme. Me imaginaste cruzando el desierto de Etiopía, camino a Persia, donde las leyendas hablan de un sol enorme, naranja, dentro de la tierra, que sólo el elegido puede alcanzar. Dijiste que fui un príncipe en la era mitológica, y que Hypnos me robó los sueños y me dejó caer primero en el acantilado del báltico con mis miedos en casubiano, luego, en la estepa ucraniana con un caballo y ropaje de cosaco, y finalmente, en las pampas, y en el mar dulce. Me dijiste que el griego clásico me ayudaría a recordar mis vidas pasadas, que me olvide del inglés, el francés, el portugués, el italiano y el alemán. Y que de ahí fuera al protoindoeuropeo y al pre-protoindoeuropeo... pero antes de mi misión dijiste que debo saber una verdad que mi linaje ocultó, una verdad que me afectará... para mí fue una verdad para que nos uniera en un pacto de silencio... Me dijiste que mi estirpe no sabe nada del amor, que está condenada a no amar, a estar unida sin amor. Y que ahora que ves mis ojos llenos de esperanzas por un amor joven debo saber la verdad, y que esa verdad hará que viva el amor verdadero, y que sabré por qué ella nunca amó... a ella que nunca veo...
Que
mi abuela Ana K. no quería dormir con mi abuelo Miguel K., y que ella
coqueteaba con los paisanos, y no se sabe si fue ella o el espíritu cosaco quien
lo impulsó a la bebida, y que ese hogar donde vivían mi padre y mi tío se
transformó en un infierno. Que mi abuelo golpeaba y abusaba de mi abuela, que
mi padre Miguel Ángel dormía con ella para protegerla, ¿Habrán hecho el amor?
Pero un día mi abuelo irrumpió alcoholizado y la violó. Ella quedó embarazada y
se golpeaba el vientre, se arrojaba al piso para que no naciera el fruto del
infortunio. Pero no pudo matarlo, o no tuvo el coraje suficiente, y luego el
deseo de abortar se transformó en el deseo por tener una mujer, porque ella
odiaba a los hombres, a su violencia, a su poder de dominación, a los tiranos
de su destino. Y cuando nació el tercer hijo, el tercer hermano, mi tío,
mi abuela quiso detener lo irreversible, era
un varón. Ella quería una mujer,
lo vestía con su ropa y lo maquillaba. Mi padre y su hermano lo
maltrataban porque no era lo suficientemente hombre. Durante la infancia unos
vecinos lo violaron. Dos o tres veces abusaron de él, quizás más...
Me dijiste que un amigo suyo lo quiso rescatar y llevar a Barcelona, pero que al
final no fue. Pero mi abuela lo protegía, lo peinaba y maquillaba... y su
esposo le pegaba... pero mi abuelo murió joven. Ambos cuando lo velaron
ataviaron su cadáver con el vestido de novia de mi abuela. Solos y sin
fantasmas vivieron juntos hasta que mi abuela murió, y mi tío se volvió loco, se
encerró en su casa y nunca más
salió. Él fue condenado y enloquecido por la sociedad... que sos vos, tu papá y
tu mamá...
Cuando
era chico iba con mi padre en auto hasta la casa de mi tío, que era la casa de
la infancia de mi padre, y que él dormía en la cama de mi abuela. Mi padre le
llevaba comida, ropa y cigarros todos los sábados. Él no salía a la calle, a
veces sólo cuando yo iba en el auto, para verme. Me miraba y decía que era
hermoso... yo nunca entré a esa casa... por lo menos no lo recuerdo... sólo
unas fotos con mi abuela y mi tío, pero tenía menos de un año y ella murió al
poco tiempo... Un sábado, el último sábado que lo vi, mi padre fue al baúl del
auto a sacar las provisiones semanales de mi tío. Él aprovechando el único
momento de intimidad que tuvimos en nuestras vidas me dijo que viviera, que yo
era hermoso y que conociera el amor, que viviera la vida que él no pudo vivir. Nunca
entendí qué quiso decir, hasta el día de hoy. Tenía seis o siete años, yo sólo
pensaba que estaba loco y que esperaba la llegada de los marcianos, que
respiraba profundo y agitado, pero no me daba miedo... mi tía me dijo que él
era hermoso. Luego hablamos de libros y de que yo estaba enamorado, y de un
famoso hermafrodita del barrio a quien todos los sábados lo recogían hombres en
autos lujosos y en los veranos e inviernos lo llevaban de viaje a las mejores
playas del mundo. También me dijo que ella conservaba los libros de mi tío, que
eran novelas y sobre sexualidad, y que no me olvidara de pasarlos a buscar.
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